¿Donde se han encontrado los restos de los tipos humanos?

lunes, 12 de septiembre de 2011

Julio César


Tras la abdicación de Sila, el año 79 a.C., el Senado recuperó el poder, pero la situación no era auspiciosa. Los seguidores de Mario se habían rebelado en Hispania y se habían producido otros movimientos en Asia Menor, problemas a los que se sumaba la actividad del Partido Popular. Entonces surgieron tres personajes que se transformarían en decisivos para la suerte de la república romana: Cneo Pompeyo, Licinio Craso y Cayo Julio César, quienes el 60 a.C. dieron forma al primer triunvirato.
La administración de las tierras de Roma, que a esta altura ya conformaba un verdadero imperio debido a su extensión, fue dividida entre ellos. Julio César partió a la Galia y Craso a Siria; Pompeyo, por su parte, debía encargarse de Hispania.
Craso falleció al poco tiempo. Mientras tanto, Julio César obtenía brillantes éxitos militares, que incluso lo llevaron a incursionar hasta Germania, tras atravesar el río Rin, y también hacia Britannia (Inglaterra). César, militar victorioso, contó con el apoyo incondicional de sus legiones, pero estos triunfos despertaron la enemistad en Pompeyo. Tras aliarse con el Senado, Pompeyo logró que se le designara como cónsul único y que el año 49 a.C. se ordenara a César el licenciamiento de sus tropas y regresar a Roma. Este desobedeció las órdenes y, colocándose a la cabeza de sus fuerzas, cruzó el río Rubicón, es decir, la frontera entre Galia e Italia. Al atravesar este curso fluvial, expresó: “Los dados están echados”, frase que simbolizaba que la decisión de ir en contra de Pompeyo ya estaba tomada, que no habría vuelta atrás y que la suerte decidía a cuál de los dos favorecía. La fortuna se inclinó por Julio César, quien posteriormente se impuso sobre sus enemigos en Grecia, Egipto, Hispania, Siria, Asia Menor y África.
El Senado debió otorgarle amplios poderes y los romanos, ya cansados de guerras civiles, vieron en él a la persona que los llevaría a la paz que tanto anhelaban. Nombrado dictador vitalicio, inició una serie de reformas, como la repartición de tierras entre la plebe y los soldados, la confiscación de bienes de los patricios para destinarlos a obras públicas y la incorporación de tierras no explotadas al sistema productivo.
También procuró engrandecer su propio prestigio, confiriéndose atributos divinos, además del título de “padre de la patria”. Se hizo levantar monumentos y se ataviaba con una toga púrpura y una corona de laureles. En el fondo, se transformó en un monarca, e incluso pidió ser coronado con derecho a designar a su sucesor. Todo esto depertó profundos recelos, pues se veía que la república llegaba a su fin. Para evitarlo, un grupo de conspiradores le dio muerte el año 44 a.C., pero no fueron capaces de asumir la conducción política.

Los Triunviratos


Como las instituciones fracasaban, adquirieron importancia las fuerzas militares y algunos personajes: Pompeyo, un general que había ganado fama por sus triunfos en Hispania y África; Craso, el hombre más rico de Roma, y Julio César, de origen patricio y un extraordinario orador. Los tres formaron un triunvirato (60 a.C.), con el fin de asumir el poder del estado y repartirse las tierras del imperio. Pompeyo obtuvo el proconsulado de Hispania, Craso el de Siria y César el de las Galias.
Pompeyo permaneció en Roma, Craso murió pronto, mientras Julio César emprendió la conquista de la Galia transalpina (58-52 a.C.). Después atravesó el Rhin e incursionó en Germania; en sentido contrario, cruzó el Estrecho de Gibraltar, donde conquistó Londinum, el actual Londres. Estas campañas le dieron gran popularidad y el apoyo incondicional del ejército, lo que generó rivalidad con Pompeyo, quien tras reconciliarse con el Senado había sido nombrado cónsul.
En el año 49 a.C., Julio César recibió la orden de volver a Roma, pero desobedeció. Al año siguiente se enfrentó a Pompeyo y lo venció en la batalla de Farsalia (48 a.C.), tras lo cual hizo que el Senado lo nombrara dictador vitalicio. De hecho se convirtió en monarca, sin ostentar el cargo de rey. Durante su período, repartió dinero entre los pobres y se preocupó de generarles trabajo, para lo cual inició un programa de obras públicas; fundó colonias en África, Hispania y las Galias; asignó tierras a más de 80 mil ciudadanos y a los veteranos de sus legiones; fijó los tributos que debían pagar las provincias y decretó que estos ya no fueran recaudados por los publicanos, sino por funcionarios responsables; introdujo el calendario egipcio en Europa, al que le agregó un año bisiesto cada cuatro años, creando el "calendario juliano", que fue usado hasta 1582 d.C., cuando fue reemplazado por el calendario gregoriano, perfeccionado por el Papa Gregorio XIII.
Si bien volvió la prosperidad y la paz, la nobleza veía en Julio César a un tirano, al que asesinaron bajo el mando de Casio y Bruto el 15 de marzo del 44 a.C.
El año 43 a.C. surgió un nuevo triunvirato, formado por Octavio, sobrino e hijo adoptivo de Julio César; Marco Antonio, su leal amigo; y Lépido, jefe de la caballería. Los tres asumieron el poder dictatorial y se repartieron el imperio.
Octavio permaneció en Roma a cargo de las provincias de Occidente, Lépido fue a África y Marco Antonio se quedó con el oriente y se trasladó a Egipto, donde se casó con su reina, Cleopatra, transformándose en un monarca oriental.
Octavio aprovechó esto para lograr su destitución y la declaración de la guerra contra Cleopatra. Triunfando en la batalla naval de Accio (31 a.C.), se apoderó de su capital, Alejandría, y transformó a Egipto en una provincia romana.
Lépido se retiró, por lo que Octavio se adueño del imperio

Crisis de la República


Las conquistas habían transformado a Roma. Las condiciones de la vida privada y pública cambiaron, y se empezó a desarrollar otra etapa, en que el descontento se impuso sobre el orden instituido.
Las consecuencias de la expansión romana se dieron en cuatro niveles: económico, social, político y cultural.
En el plano económico, apareció el latifundio, esto es, grandes extensiones de terreno en manos de terratenientes y trabajadas por esclavos. Se desarrollaron el comercio y las finanzas. Aumentaron los impuestos para poder mantener las guerra y, por último, los campesinos romanos se arruinaron, ya que los productos agrícolas se traían desde las provincias.
En el ámbito social, la oligarquía terrateniente se enriqueció con las tierras conquistadas. Nació una nueva clase social, la ecuestre, o de los caballeros, que agrupaba a los que se dedicaban al comercio y a las finanzas. Surgió el proletariado, es decir, gente que tenía por única riqueza a su prole, o familia, y aumentaron los esclavos, que eran los prisioneros de guerra.
Las consecuencias políticas derivaron en que si bien el sistema de gobierno era bueno para dirigir una ciudad, se mostró inadecuado para manejar un gran imperio. El ejército romano se hizo permanente y los generales empezaron a intervenir en política. La clase ecuestre luchó contra la clase terrateniente. El proletariado, por su parte, reclamó por mayor justicia social y económica.
Tras asumir como tribuno el año 133 a.C., Tiberio Graco propuso la realización de una reforma agraria que se aplicaría mediante una ley que pretendía obligar al Estado a repartir las tierras públicas entre los proletarios. Esto fue rechazado por el Senado, ya que afectaba los intereses de los grupos acomodados, que arrendaban esos mismos terrenos.
Diez años más tarde fue el turno de Cayo Graco, quien, además de replantear la idea de su hermano, trató de lograr la aprobación de la Ley Frumentaria, que establecía el reparto gratuito de trigo a los ciudadanos más necesitados. Ambos intentos acabaron de igual modo: rechazados, y sus impulsores, asesinados.
La expansión romana continuaba y en ella la ciudad contaba con la ayuda de una serie de comunidades itálicas que empezaron a pedir una compensación por sus sacrificios. Como sus reclamos no fueron satisfechos, se rebelaron contra el poder romano. Ese conflicto es conocido como “guerra social”. Los itálicos fueron derrotados, pero consiguieron, al menos, que se les otorgara la ciudadanía romana.
El año 87 a.C. estalló una nueva guerra externa y también lo hizo el conflicto entre Cayo Mario, líder del Partido Popular, y Lucio Cornelio Sila, dirigente del Partido Aristocrático. La causa aparente de esta disputa radicaba en la conducción de las tropas romanas. Sila marchó sobre Roma e ingresó a la ciudad, que hasta entonces no había presenciado la entrada de sus propias fuerzas militares. Finalmente, Mario salió de la ciudad, dejando el campo libre a su rival, quien impuso una serie de medidas arbitrarias antes de partir a la guerra. En su ausencia, Mario, que había vuelto desde África, se alió con Lucio Cornelio Cinna y juntos ocuparon el consulado, el 86 a.C.
Ese mismo año, Mario falleció. El 84 a.C. Sila regresó desde Asia Menor y terminó por derrotar al Partido Popular. Proscribió a sus enemigos, declarándolos fuera de la ley, y confiscó sus tierras, las que entregó como recompensa a sus propios hombres, mecanismo utilizado para mantener la lealtad. Consecuencia de todo esto fue que la constitución republicana, no escrita, y, en el fondo, la existencia de la república, quedaban en manos de quien tuviese el apoyo militar más fuerte.
Con los votos del ejército, Sila asumió como dictador, los tribunos de la plebe perdieron sus privilegios y los cónsules vieron reducidas sus atribuciones.

República Romana


Luego de la expulsión de los soberanos etruscos, el cargo de rey fue reemplazado por el de dos cónsules, quienes podían vetar las decisiones del otro. Ambos proponían las leyes y celebraban los sacrificios rituales. Además, el ejército estaba bajo su dominio.
Sin embargo, cuando había guerra o peligrosas amenazas externas, se nombraba un dictador que tenía poder absoluto, pero que, una vez solucionada la crisis, debía dejar su puesto sin permanecer más allá de seis meses en él.
Todas estas instituciones se enmarcaron dentro del nuevo orden que comenzó a regir en Roma: la República, donde el Estado pertenecía al pueblo, no a ciertas elites o personas, aunque eran los nobles o patricios quienes la dirigían.

Nobleza versus la plebe
Solo los patricios, descendientes de los primeros senadores romanos, poseían derechos. Participaban activamente en la administración del Estado, además de ser dueños de la tierra y el ganado. Los jefes de las gens (familias nobles) integraban el Senado y las curias (que agrupaban diez gens) reunidas en su totalidad (30), formaban la Asamblea del Pueblo o Asamblea Curial.
Por otra parte, quienes formaban la plebe, es decir, personas fuera de las familias, refugiados, vencidos, artesanos o campesinos, entre otros, no tenían derecho a ser ciudadanos, aunque fueran la mayoría. Tampoco se podían casar con patricios y solo siendo ricos podían integrar el ejército.
En el año 450 a.C., se codificó el derecho que, hasta ese momento, era solo transmitido oralmente y sus normas eran conocidas nada más que por los patricios, los que las aplicaban en perjuicio de la plebe.
La lucha de los plebeyos por sus derechos continuó durante la República. Gracias a sus frutos, pudieron contraer matrimonio con patricios, contar con representantes y defensores (llamados tribunos de la plebe) y, en el 366 a.C., que uno de los cónsules fuera plebeyo.